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EDITORIAL: En un día cualquiera


BRENTWOOD, Tenn. (BP) — En un día normal, ordinario, recuerdo perfectamente el día 11 de septiembre del año 2001. Comencé el día como de costumbre, llegué a mi trabajo muy temprano, como de costumbre, empleé unos minutos leyendo mi Biblia y orando, también como de costumbre. Era un día normal, como tantos otros. Me encontraba sentado frente a mi escritorio que estaba ubicado detrás de una ventana que daba a la calle Broadway, también como de costumbre, preparándome para una reunión importante a la que asistiría en Florida.
Había tomado un café con otros compañeros de trabajo a las 9:00 de la mañana y me encontraba de nuevo enfrascado en mi trabajo, como de costumbre, cuando sonó el teléfono y al responder escuché la voz conocida de una amiga que me decía que sintonizara el radio para que escuchara lo que estaba sucediendo, en esos momentos, en la ciudad de New York.
Todo lo que siguió después fue nuevo, nunca visto o vivido. Era como si el mundo, en un segundo, se hubiera puesto de patas para arriba. Todo era extraño y diferente, nada parecía tener sentido, en ese momento había muchas preguntas, pero no había respuestas. Hay cosas que pueden ocurrir en cualquier día ordinario y convertirlo en extraordinario. Algunas son experiencias personales y otras son colectivas.
En el evangelio de Lucas 24:13-35 se nos narra una historia que ocurrió en el camino que llevaba a Emaús. Habían ocurrido hechos inusuales, hacía tres días, y ahora la vida comenzaba a “normalizarse”. Podía decirse que era un día normal. Y de pronto ocurrió algo extraordinario cuando un caminante se unió a unos discípulos de Jesús y comenzó a hacerles preguntas. No fue hasta muy tarde que ellos se percataron de lo que había estado sucediendo cuando Jesús mismo les explicó los hechos que acaban de ocurrir y cómo Dios había actuado a lo largo de la historia. Él era el Señor resucitado, caminando y hablando con ellos, pero en un ambiente normal, ordinario.
Yo tengo que reconocer que me gusta más pensar en hechos extraordinarios. Me gustaría ver fuego descendiendo del cielo, milagros de sanidad haciendo caminar a los inválidos y ciegos recobrando la vista o tal vez las lenguas de fuego del Día de Pentecostés, sin embargo, en el ordinario camino polvoriento que llevaba a la ciudad de Emaús vemos a Jesús explicando las noticias extraordinarias del Reino de Dios, sin dudas un hecho extraordinario en un día que no había sido extraordinario.
Había sido un día normal, ordinario, hasta que apareció Jesús y todo cambio súbitamente. Y tal vez sea necesario que, en las mañanas, cada día al despertar y disponernos a enfrentar otro día ordinario en nuestras vidas, nos detengamos un instante y consideremos si hoy pudiéramos tener un encuentro especial con Jesús. Yo confío en que podamos ver el poder extraordinario de Dios obrando en nuestras vidas normales. Oremos y pidámosle a Dios que Él nos ayude a ser luces en las tinieblas y una voz de amor y verdad para las vidas normales, ordinarias, de la gente que nos rodea.

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  • Óscar J. Fernández