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EDITORIAL: Más semejantes a Cristo


NOTA DEL EDITOR: La columna First-Person (De primera mano) es parte de la edición de hoy de BP en Español. Para ver historias adicionales, vaya a http://www.bpnews.net/espanol.

BRENTWOOD, Tenn. (BP) — Hubo un tiempo en el que los seguidores de Cristo se distinguían del resto de la población de una manera muy notable. Ser un seguidor de Cristo era como tener un sello de garantía. Al punto, que en un momento de la historia los perseguidores y los opositores de los seguidores de Cristo, a modo de burla comenzaron a llamarles cristianos que significaba “pequeños Cristos”.
Dice la Biblia que a los seguidores de Cristo se les llamó cristianos, por primera vez en la ciudad de Antioquía. Pero este nombre era una referencia despectiva y no un halago. ¿Qué motivaría esta designación? Sin duda, el parecido que las acciones de los seguidores de Cristo tenían con las de Jesús. En el Nuevo Testamento aparecen dos ciudades llamadas Antioquia y ambas estaban en el territorio del Imperio Romano que no se caracterizó por sus simpatías con el cristianismo.
Pero al parecer, con el tiempo, de alguna manera tal vez la influencia del mundo comenzó en cierta forma a penetrar en los discípulos y el apóstol Pablo en Romanos 12:2 llama a los cristianos a no “conformarse” a este mundo. Por su parte, el apóstol Pedro en I Pedro 1:14 les dice a los cristianos “no os conforméis a los deseos” que teníais antes cuando erais ignorantes. Así que la palabra clave aquí es conformar, que según el diccionario consiste en dar forma a alguien o a algo.
En Sur América, los aborígenes precolombinos nunca usaron la rueda del alfarero para hacer las maravillosas obras de cerámica que se pueden ver hoy día, en algunos museos del mundo. Ellos utilizaron un ingenioso proceso en el cual hacían un molde que era endurecido y luego cuando estaba “curado”, tomaban la arcilla fresca y la “conformaban” al molde, dando por resultado una vasija que era idéntica al molde. Claro está que este era uno de los métodos de fabricación que usaban. Yo tuve el privilegio de poder tener en mis manos algunos de estos moldes y algunas de las vasijas hechas con ellos cuando me desempeñaba como arqueólogo. Es impresionante ver en ellos la minuciosidad de los detalles que la pieza conformada conserva del molde. Solo puedo compararlas con la imagen que revela un espejo.
Pensando en esos moldes y esas vasijas, para mi resulta muy claro entender por qué tanto el apóstol Pablo como el apóstol Pedro les pedían a los cristianos de su tiempo y a los de hoy, que no se hicieran semejantes a los hombres que no eran cristianos ni repitieran sus obras. Cristo es el molde perfecto y nosotros como barro que somos, debemos amoldarnos, es decir, conformarnos a Él, para mostrar una “forma” semejante a la Cristo, no física pero espiritual.
No sé si tu habrás tenido la misma experiencia que yo he tenido al hablar con algunas personas que han dejado de asistir a la iglesia. Cuando he tratado de conocer los motivos para tratar de descubrir si algo anda mal y se puede solucionar, en la mayoría de los casos, las respuestas han sido: “no veo diferencia con la gente del mundo” o “allí todos son unos hipócritas”. No tengo espacio para entrar a discutir la filosofía de las excusas, pero me llama la atención que nunca nadie me haya dicho que es que los cristianos allí son muy diferentes al mundo.
Yo no me uno a decir que tal vez los cristianos no son diferentes, pero si me hace pensar que tal vez no somos suficientemente diferentes como para destacarnos, al punto de poder parecer “pequeños Cristos”. Y es que vivimos en un mundo que nos envuelve constantemente y cada vez nos da más posibilidades para que estemos ocupados las 24 horas del día, sin dejarnos un tiempo libre, para la oración y el estudio de la Biblia. Casi siempre se nos presentan oportunidades agradables, que parecen inofensivas, que parecen no tener consecuencias dañinas para nosotros, pero que en última instancia no son más que distracciones que nos desvían y nos apartan de lo que debiera ser nuestro objetivo principal: cada día llegar a ser más semejantes a Cristo.

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  • Óscar J. Fernández