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EDITORIAL: No importa el tamaño


NOTA DEL EDITOR: La columna First-Person (De primera mano) es parte de la edición de hoy de BP en español. Para ver historias adicionales, vaya a http://www.bpnews.net/espanol.

BRENTWOOD, Tenn. (BP) — Cuando era niño en la escuela primaria siempre había un grandulón que abusaba de los niños más pequeños. Luego cuando mis hijos fueron a la escuela primaria, tuve que luchar con el mismo problema. Era como si eso fuera algo natural que teníamos que enfrentar como parte de la educación integral.

En realidad, la vida está llena de retos, dificultades y problemas que comienzan desde muy temprano en la vida y nunca dejan de surgir en nuestro camino. Hay ocasiones en las que nos sentimos muy poca cosa, muy insignificantes ante el tamaño abrumador de las dificultades. Esto muchas veces nos lleva a preguntarnos y ¿quién soy yo para hacer eso? Sobre todo, cuando se trata de tareas ministeriales y responsabilidades eclesiásticas.

Pero Dios puede transformar una cosa insignificante, en algo poderoso para llevar adelante Sus propósitos. Lo hizo con la vara de Moisés. ¿Qué es eso que tienes en tu mano? Le preguntó Dios, nada, una simple vara. Tal Moisés vez pensara, bien poco puedo hacer con ella. Dios le dijo, échala en la tierra y entonces se convirtió en una culebra que al parecer perseguía a Moisés porque este huía de ella. Entonces Dios le dijo a Moisés extiende tu mano y tómala por la cola, y Moisés lo hizo y la culebra se convirtió en una vara en su mano. De vara a serpiente y viceversa. Era algo insignificante pero el poder de Dios la transformó en un arma poderosa para que Moisés pudiera enfrentar al hombre más poderoso de Egipto.

Faraón era considerado por su pueblo, y él se consideraba a sí mismo, como un dios en la tierra. Y el “insignificante Moisés”, ¿iba a enfrentar a este personaje armado solo de una vara para condenarlo? Yo me imagino que Moisés sentiría mas miedo que el que yo sentía cuando tenia que pasar frente al grandulón de la escuela. Pero la vara era el arma que Moisés había recibido del Señor, y eso cambiaba todas las cosas.

El gigante filisteo Goliat tenía aterrorizados al rey Saúl y al ejercito de Israel. Y cada día salía a retarlos. Entonces Dios fortaleció el corazón del joven David y transformó una simple piedra pequeña del rio, en un arma mortífera en las manos del joven David, quien con su honda lazó la pequeña piedra que fue más poderosa que la armadura, el tamaño y la fortaleza física de Goliat, que cayó al suelo fulminado.

Josué tenía que tomar a la ciudad de Jericó, pero esta estaba amurallada y la muralla había sido cerrada. Esta era una tarea tan difícil que humanamente era casi imposible. Entonces Dios le ordenó a Josué que usara a siete sacerdotes con siete bocinas de cuerno de carnero. Y al séptimo día de estar rodeando la ciudad, al sonar las trompetas, el muro se derrumbó.
Siete trompetas de cuernos de carnero contra una enorme muralla de piedra, una piedrecita del rio contra un gigante filisteo, una vara de madera contra el faraón de Egipto. Pero el denominador común es la mano de Dios obrando para llevar adelante Sus planes por medio de hombres dispuestos a servirle.

En las manos de Dios no hay cosas insignificantes, pequeñas ni de poco valor. Y con las armas que Dios nos da, no hay faraones, ni murallas, ni gigantes que nos puedan detener. En Éxodo 4:17 dice “Y tomarás en tu mano esta vara, con la cual harás las señales”. Moisés estaba dudado y poniendo excusas para no tener que ira a enfrentarse a faraón armado de una simple vara, y es humanamente entendible, pero a pesar de sus temores, obedeció y fue. Es lógico temer ante lo desconocido y ante los grandes retos, pero si Dios nos envía, el garantiza la victoria.

Pensando ahora en tu ministerio, en tu iglesia, en tu comunidad: ¿Quién es el faraón que debes enfrentar? ¿Quién es el gigante filisteo que debes de vencer? ¿Cuál es la muralla que debes derribar? Y ¿cuál es tu vara? No importa el tamaño del reto que enfrentes, Dios provee el medio necesario para llevar adelante Sus planes, confía en Él y sé obediente.

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  • Óscar J. Fernández