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EDITORIAL: A la luz de Su llamado


NOTA DEL EDITOR: La columna First-Person (De primera mano) es parte de la edición de hoy de BP en español. Para ver historias adicionales, vaya a bpnews.net/espanol.

HENDERSONVILLE, Tenn. (BP) — El llamado de Dios en nuestras vidas es un llamado primero al mismo Maestro. Jesús dijo “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Juan 15:16a). Conocer a Cristo es seguirle a la luz de la invitación que nos ha hecho a participar en Su reino. Este es el llamado al discipulado.

Cuando estaba en la escuela secundaria jugaba béisbol y futbol en mi vecindario. Solíamos hacer lo que llamábamos “caimaneras.” No tengo la menor idea porque le decían así. Esto no era más que una competencia entre dos equipos que se formaban espontáneamente allí mismo en el vecindario. Estos se formaban para jugar, divertirnos y ver quién era el mejor. Los jóvenes presentes en ese momento eran los que participaban en la competencia. A veces faltaban jugadores. Íbamos y tocábamos las puertas de vecinos buscando a otros amigos hasta completar el equipo. En otras instancias, los jugadores sobraban. Teníamos más voluntarios que la cantidad necesaria para tener equipos completos.

Por lo general, los jóvenes que mejor jugaban eran señalados por el grupo como los capitanes de cada equipo. Estos lanzaban una moneda al aire diciendo “cara o sello” para definir quién comenzaba la selección del equipo. Uno por uno, cada capitán escogía sus jugadores. La emoción de la competencia comenzaba a sentirse. Jugar y competir son gratas experiencias. Ganarle al otro equipo era la meta. Aun cuando no había un trofeo especial, la satisfacción de jugar y ganar era lo que nos llevaba a hacerlo.

Los mejores jugadores eran seleccionados de primero la mayoría de las veces. Los capitanes escogían a aquellos que se destacaban por sus dones y talentos. Aunque disfruto ambos deportes, no soy bueno jugándolos. En mi caso, las posibilidades de ser seleccionado del todo eran muchas veces mínimas. Los equipos poco a poco se iban formando. Algunos jugadores se promovían a sí mismos buscando ser escogidos. La selección era un proceso emocionante, lleno de adrenalina, pero también decepcionante para los que teníamos pocas probabilidades de ser escogidos. ¡Mi vida de oración crecía enormemente en esos momentos!

Ver a los equipos formarse frente a ti y no escuchar tu nombre es una prueba para el ego. Te preguntas cuándo me tocará. Miras al capitán diciéndole con gestos indecibles “estoy aquí.” Casi le levantas la mano para que te señale. No quieres quedar fuera de la competencia. Quedar fuera es sentirse no calificado y fuera de lugar. He estado allí. ¿Y usted? Jugar la banca o esperar hasta la próxima oportunidad era lo que nos quedaba en estos casos.

Las palabras de Juan 15:16 no hacían sentido para quienes seguían a Cristo considerando el contexto judío. Para ellos, el discípulo era quien escogía a su mentor o maestro. Esto lo hacía basado en su experiencia, conocimiento y el prestigio que tenía. La dinámica se reversa cuando se trata de seguir a Cristo. No somos los discípulos los que hemos escogido al Maestro. Más bien es Cristo quien nos ha llamado y escogido a nosotros. Nuestra elección no fue un acto de nuestra voluntad o basado en nuestros méritos. Ha sido más bien la infinita gracia y misericordia de Dios al escogernos para vivir una vida plena y abundante.

Este llamado no ha sido el resultado de una evaluación exhaustiva por parte de Dios de nuestros dones y talentos. Tampoco ha sido la acumulación de pruebas fehacientes que registren aptitudes excepcionales que nos hacen destacados o merecedores de su invitación. Es un acto de su soberana gracia. Ese favor inmerecido e inmensurable que nos renueva cada día al escuchar su voz y sentir su inconfundible mano en nuestra vida. El buen pastor nos guía e invita. Su Espíritu Santo nos hace ver esto cada vez que nos redarguye, instruye o inspira. Por eso es tan importante nuestra obediencia. “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Juan 15:4).

Lo que Dios quiere de nosotros puede significar algo diferente para cada uno. Puede incluir diferentes responsabilidades y funciones en diferentes tiempos y lugares. Sin embargo, una cosa es segura, el Maestro está más interesado en nuestro carácter que en cualquier tarea o rol que desempeñemos. Independientemente de cualquier circunstancia, por encima de cualquier posición o trasfondo, todos los creyentes estamos llamados a seguirlo primeramente a Él. Sin excusas, pretextos o largas explicaciones. Eso es tomar la cruz cada día.

Este llamado trasciende nuestra situación familiar, el trabajo y cualquier otra relación. Conocerle es nuestra vida y va más allá del reconocimiento humano. Tal como otros discípulos, le seguimos y servimos sin buscar recompensa humana. Lo hacemos por agradecimiento. Son muchos los que sirven al Maestro sin reconocimiento en este mundo. Piense en la iglesia perseguida y los mártires de la fe. A través de los tiempos, la mayoría de los siervos de Dios han sido hombres y mujeres que han pasado muchas veces desapercibidos por el mundo. Sus nombres no aparecen en la televisión recibiendo premios o en titulares de prensa entre los “100 más exitosos del mundo.” A muchos de estos, poca gente los conoce. Sí, es cierto que dentro de la historia del cristianismo existen nombres de humildes siervos reconocidos. Pero, estos son muy pocos en comparación con aquellos cuyos nombres no se recuerdan.

No existe tarea que Dios nos pida que hagamos que El mismo no vea y provea la manera de llevarla a cabo. Cada acto que es realizado en Su nombre es importante para Él y será reconocido. No importa si esa obra no luzca significativa delante de nuestros ojos o los ojos de otros. Dios honra cada vaso de agua entregado en su nombre. Lo ve y lo tiene en cuenta. Eso debería ser suficiente para nosotros. Cada cosa que nos pide que hagamos y que en obediencia hacemos Él lo sabe. Lo sepan o no los demás.

Existe un peligro al pensar que nuestro gozo proviene exclusivamente por poner en práctica nuestros talentos o en usar nuestras habilidades. Debemos estar agradecidos cuando lo hacemos. Sin embargo, pensar que la fuente de nuestra satisfacción viene solo del ejercicio efectivo de nuestras habilidades puede confundirnos. Esto nos lleva por un camino equivocado y una calle ciega. Nos lleva al orgullo. Temo que el orgullo sea uno de los pecados más grandes en el ministerio. Este termina robándole a Dios la honra y el crédito que El merece. Es muy fácil y tentador para nuestras naturalezas pecaminosas tratar de recibir la honra por el ministerio que Dios nos da o asigna. Debemos cuidarnos de caer en esta trampa arrolladora.

Necesitamos recordar que la fuente inagotable de nuestro gozo está en el hecho de que nuestros nombres están escritos en el libro de la vida y que hemos sido salvos por su infinita gracia (Lucas 10:20). Las mayores victorias y logros en el ministerio no tienen valor alguno sin la gracia y la misericordia de Dios. Debemos cuidarnos de simplemente regocijarnos con alcanzar metas humanas o que nuestro ministerio crezca. Tener metas no es malo y debemos aspirar a que nuestro ministerio tenga un mayor impacto. Pero cuidado en hacer de esto la única fuente de nuestro gozo. Esta debe estar en el hecho de que hemos sido rescatados en gracia de la obscuridad eterna a su luz admirable. Allí está nuestra identidad, la fuente de nuestro gozo y la medida de nuestro éxito.

La efectividad en el ministerio debe ser considerada cuidadosamente a la luz de su llamado. ¿Qué pasa cuando los fieles hombres y mujeres de Dios no son “exitosos” o fracasan según el mundo? ¿Qué sucede cuando son criticados, malentendidos, tratados injustamente o enfrentan oposición? Dios toma en cuenta nuestra fidelidad.

La verdad es que todos podemos experimentar el gozo de saber que nuestros nombres están escritos en el libro de la vida. No hay súper estrellas en el reino de Dios. Aquel que ha sido dotado y que es muy efectivo, aquel que sirve sin reconocimiento o es bien reconocido, pobre o rico, joven o anciano, veterano o novato, indocumentado o con papeles, si obedece al llamado inconfundible de Dios puede tener la seguridad de su promesa. No lo sabremos todo hasta que estemos en su presencia. Allí le veremos y le adoraremos por siempre.

El éxito de nuestro ministerio está en vivir en plena conciencia de Su llamado. Por esto, sírvele no importando quien te reconozca. El observa cada uno de nuestros actos. Sírvele con gozo y en el poder de su fuerza. Quien comenzó tu ministerio es el mismo que lo completará. Sírvele con entrega total, sin remordimientos y sin reservas. Sírvele con la convicción de que tu nombre está escrito en el libro de la vida y esto es un acto de su pura gracia. Quizás tu nombre nunca sea publicado en revistas, diarios o en el internet por logros humanos obtenidos. No importa. Dios honra tu fidelidad. Él puede usar a las personas que impactas día a día para que estas tengan un mayor impacto en el mundo. No te confundas. Los ojos de Jehová contemplan toda la tierra para mostrar su favor a todos aquellos que confían en él.

Recordemos las palabras del apóstol Pablo cuando dijo “por gracia sois salvos” (Efesios 2:5). Hemos sido rescatados de las profundidades del pecado y la condenación a una vida nueva. Hemos sido adoptados como hijos del Dios eterno. ¡Qué gozo y qué alegría! Allí encontramos satisfacción y la medida de victoria de nuestra vida. Nuestra ciudadanía no es de este mundo. Somos peregrinos y nos preparamos acá para llegar delante de Él y decir “¡Gracias por todo lo que me has dado!”

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  • Luis López